Dra. Loreto Correa Vera
Investigadora CIEE-ANEPE
Mientras miles de drones acaban con la infraestructura crítica de Ucrania, mientras Rusia propicia la mayor crisis europea en décadas, esa misma tecnología muestra hoy al mundo entero en una trasmisión en vivo, la restauración de Notre Dame, el mayor símbolo de la cristiandad fuera del Vaticano.
Notre Dame es una Catedral, un lugar de peregrinación, un símbolo de dolor, de ilusión, de guerra, de rendición, de sublimación, de resistencia, de alegría, de arte, un templo de la civilización occidental y un reflejo de la humanidad. Esta obra maestra del gótico, escenario de miles desde el año 1163 dC. cuando se inicia su construcción, fue un edificio desacralizado y propiedad del Estado en la Revolución Francesa (1793), y luego el escenario de la coronación de Napoleón (1802).
Notre Dame ha pasado por todas las crisis de las guerras francesas desde el siglo XII. En tiempos recientes, en ella han ocurrido beatificaciones como la de Juana de Arco (1909) o el suicidio de la escritora mexicana Antonieta Rivas (1931). En su plaza, la Juan Pablo II celebró una memorable misa en 1980 y en 2017, se cometió un atentado por un integrante del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS).
A todo sobrevivió el templo, hasta que el mundo entero contempló el infernal incendio del 19 de abril de 2019 que la dejó destrozada. Desplomados su techo, caída su aguja en medio de las llamas, casi como el preámbulo de un desastre mayor que sobrevendría a la humanidad hoy en su era postglobal. En la memoria del desastre, conmocionó la fragilidad de su artesonado y la necesidad de pensar en cómo mejorar su seguridad estructural, cuestión que Francia asumió desde el primer momento como una legendaria cruzada.
Y es justamente esto último, lo que Emmanuel Macron, el presidente de Francia ha mostrado este 29 de noviembre de 2024 al mundo entero: la capacidad de un país, la decisión de un país de invertir casi U€ 800 millones recaudados por donaciones, y devolver Notre Dame, haciéndola “aún más hermosa” de lo que era.
En un frío atardecer otoñal parisino, una comitiva mínima ingresa al templo y en un humilde gesto de liderazgo político, el presidente francés junto a su esposa contempla la maravilla. En un ejercicio de aprendizaje, ambos transitan tranquilamente 10 estaciones en las que los mismos técnicos, arquitectos, curadores, antropólogos o sacerdotes, explican cada una de las principales reparaciones y el trabajo de cientos de artesanos de la que seguramente es la mayor restauración arquitectónica de la humanidad.
Sin embargo, este no fue un ejercicio de privilegio. Afuera aguardan al menos 1.300 personas, los artífices de madera, vidrio, metal y piedra responsables de la restauración. Fue a ellos a quienes Macron invitó primeramente a visitar la obra maestra, como si fueran una familia, en lo que será probablemente la obra más importante de sus vidas.
Es en esta esta ceremonia, de dos horas de duración, en la que un respetuoso y curioso presidente camina, consulta, comenta, como cualquiera de nosotros la maravilla de la nueva catedral y el evidente esfuerzo de una nación por reponer su templo. Nuevamente, los drones, aquellos que han sido gravitantes en la destrucción de miles, esta vez mostraban el antes y después de la restauración y ahora, la alegría de cientos de hombres y mujeres que contribuyeron a mejorar, crear, restaurar, reponer, pintar, esculpir, miles de detalles de mampostería, orfebrería, vidriería y carpintería. Nave, ático, coro y capilla, nuevos, un techo totalmente reparados, alegría por la misión cumplida en apenas cinco años.
En un acto inédito, sin seguridad personal aparente, nuevamente Macron ingresa y rodeado por miles, los mira, les conversa en privado, pide que contemplen y agradece lo que han hecho unidos, con un propósito común. Las imágenes de esta escena reflejan la democracia francesa, de cara al pueblo, de respeto frente al talento y trabajo interdisciplinario, al arte, de contemplación frente a las nuevas e ingeniosas soluciones para proporcionar mayor seguridad a la catedral.
Es cierto, no se ve igual. Notre Dame, la catedral del pueblo de París hoy se ve sublime. Lista para su apertura el 8 de diciembre. Con una luminosidad distinta, y a la vista tras los destrozos, hoy Notre Dame se yergue majestuosa en un París que este año ha sido la capital del mundo; un mundo que hasta ayer no tenía nada que celebrar tras los 1000 días de la guerra contra Ucrania y más de un año de los atentados en Israel.
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