Dr. Luis V. Pérez Gil
Miembro del Consejo Editorial de la revista “Política y Estrategia”
Históricamente Rusia es un país que ha estado sometido a la dominación y la invasión extranjeras durante siglos. Desde el sometimiento de los incipientes principados rusos a los mongoles de la Horda de Oro, pasando por las penetraciones polaco-lituanas, suecas y francesas hasta las devastadoras invasiones alemanas durante las dos guerras mundiales, la última de las cuales se saldó con veintiséis millones de muertos y la destrucción total de la capacidad económica e industrial de la parte occidental del país. El zar Pedro el Grande consolidó el Estado ruso, pero no fue hasta el período de Catalina La Grande cuando Rusia comenzó un proceso de expansión imperial que le llevó a saltar, incluso, el océano Pacífico y colonizar, de forma temporal, territorios en Norteamérica. Sin embargo, la extensión del territorio hasta configurar el país más extenso del mundo no impidió, como decimos, la agresividad de los vecinos occidentales contra Rusia y, mientras el país avanzaba con paso firme hacia Oriente, se sucedieron las guerras, invasiones y ataques en el lado occidental. Por tanto, el dilema de la seguridad de Rusia se construye sobre estos acontecimientos, que han marcado el ideario político e identitario ruso.
Al final de la Segunda Guerra Mundial en Europa las élites dirigentes rusas –soviéticas durante un período– decidieron que la próxima guerra no se libraría en territorio ruso, de modo que ya no sufriría más las razias extranjeras sobre su territorio y contra su población. Para ello, obtuvieron, o más bien cogieron por la fuerza, un colchón de seguridad formado por los países de Europa central y oriental, incluida una parte sustancial del antiguo Reich alemán, que quedaron bajo su influencia y dominación, creando un espacio territorial que otorgó a Rusia la profundidad estratégica necesaria para combatir la próxima guerra más allá de sus fronteras. La denominación de “Telón de Acero”, acuñada por Churchill en marzo de 1946[1], es una evocación occidental para definir la imposición del poderío imperial ruso sobre esos países durante la Guerra Fría, bien entendido que basado en el reconocimiento internacional de la parte occidental, que se hizo forma expresa en la Conferencia de Yalta de febrero de 1945. Y esta situación permaneció mientras Moscú mantuvo la voluntad de imponerse.
En 1989 el máximo dirigente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, acordó con sus pares occidentales la retirada hasta sus fronteras estatales, liberando a los países de Europa central y oriental que habían estado firmemente atados en el seno del Pacto de Varsovia constituido en mayo de 1955. Esta decisión se produjo en el contexto de los cambios políticos internos en el bloque soviético impulsados por Gorbachov, la derogación de la Doctrina de la soberanía limitada y la unificación de Alemania[2]. El fundamento de los procesos que permitieron la extensión de la democracia a toda Europa fue la existencia de un acuerdo fundamental sobre el fin del conflicto entre los dos bloques: Rusia renunció a imponer su poder a sus vecinos occidentales a cambio del compromiso occidental de no extender su influencia político-militar hasta las fronteras rusas. En este período Moscú reconoció la independencia de los Estados Bálticos, acordó la desmembración de la Unión Soviética con Bielorrusia y Ucrania en los Acuerdos de Belavezha de diciembre de 1991 y aceptó la incorporación de sus antiguos aliados a la OTAN. La vigencia de aquel acuerdo fundamental permitió la firma del Acta Fundacional OTAN-Rusia en mayo de 1997, el establecimiento de acuerdos de cooperación política y militar y la creación de espacios de cooperación institucional entre ambas partes. Se trató de un vuelco estratégico respecto de las posiciones de enfrentamiento anteriores. Ciertamente la Rusia debilitada de Yeltsin era más propensa a colaborar y alcanzar acuerdos que la Unión Soviética anterior, pero no es menos cierto que fue el último dirigente soviético el que consintió que esto ocurriera.
Sin embargo, se produjeron dos fenómenos paralelos en el tiempo, que estaban condenados a chocar más pronto o más tarde. Por un lado, la progresiva recuperación económica y financiera de Rusia desde su posición de quiebra financiera de mediados de los noventa y, por otro, la progresiva influencia del Bloque occidental hacia áreas que habían sido hasta hacía muy pocos años de tradicional influencia rusa, lo que comúnmente denominamos el “extranjero cercano”: el Cáucaso, el mar Negro, Ucrania y Asia central. Como no podía ser de otra manera en términos de la política de poder, las elites moscovitas se dieron de bruces con la realidad: la presencia de un potencial adversario en su propia frontera. No bastó que Moscú reconociera la independencia de antiguos territorios históricos como Bielorrusia o Ucrania, sino que Occidente impulsaba decididamente los procesos políticos para que muchos de sus antiguos territorios se incorporaran a las estructuras de poder occidental. Esto supuso el regreso del dilema de la seguridad, que hizo inevitable un cambio en la política exterior y de seguridad rusas, el inicio de la recuperación del poderío militar y, finalmente, la toma de decisiones arriesgadas como fueron la ocupación y anexión de Crimea en marzo de 2014, el apoyo político y militar a las milicias rebeldes del Donbass por esas fechas y la implicación militar directa en la guerra civil Siria, apoyando al régimen del presidente al-Asad[3].
El Bloque occidental no fue capaz de bloquear estas acciones basadas en el oportunismo y una calculada relación de coste-beneficio; las sanciones aprobadas contra Rusia no han sido capaces de revertir ninguna de las situaciones creadas y se puso en marcha una política de despliegue de unidades militares de la OTAN cerca de las fronteras rusas que solo ha servido para exacerbar el dilema de seguridad ruso. Una consecuencia inevitable fue el bloqueo de los foros institucionales que llevó a una situación calificada por ambas partes como el peor momento desde el final de la Guerra Fría. Pero Moscú consiguió recuperar el este de Ucrania y el Cáucaso como espacios de seguridad entre los dos bloques, creó un problema de seguridad permanente a Ucrania que le impide formar parte de cualquier organización política o militar occidental, y demostró su capacidad para llevar el conflicto lejos de sus fronteras.
El 12 de junio de 2021 el presidente Putin escribió sobre la unidad histórica de los pueblos ruso y ucraniano, enfatizando que no concibe la existencia de Ucrania sin una asociación con Rusia, términos que, por otra parte, aplicó sin ambages al caso de Bielorrusia[4]. De este modo, el máximo dirigente ruso lanzó un mensaje explícito sobre los límites territoriales –las famosas líneas rojas– que están dispuestos a aceptar frente al Bloque occidental. El artículo fue publicado en el sitio web del Kremlin cuatro días antes de la Cumbre de Ginebra entre Putin y Biden, en la que hablaron de las relaciones bilaterales, negociaron los temas principales del régimen de seguridad global y alcanzaron acuerdos con resultados inmediatos y tangibles[5].
La situación actual en Europa muestra cómo Moscú continúa en su política de tratar de extender las fronteras de seguridad a sus vecinos: emplea a Lukashenko, que ha creado una crisis migratoria hasta hace poco inexistente en las fronteras orientales de la OTAN, actuando en territorio ajeno, y cuyo objetivo final no es apoyar a Bielorrusia, que desde Moscú se considera parte de Rusia aunque formalmente sea independiente, sino lograr un acuerdo general que acabe con las sanciones de la Unión Europea y poder volver a interactuar en el espacio de cooperación ruso-europeo anterior a la crisis ucraniana.
En este escenario es interesante el papel de la saliente Merkel que, en sus últimas gestiones como Canciller, busca asegurar el flujo infinito de gas directamente desde territorio ruso para mantener la supremacía económica de su país, imponiendo su propio interés nacional –como por otra parte debe hacer, siguiendo a Morgenthau[6]–. Las recientes conversaciones telefónicas entre Putin y Merkel –también con el presidente Macron, por aquello de mantener la fachada del equilibrio de poder intraeuropeo– no dejan dudas al respecto. Rusia actúa e impone su agenda y por eso se permite entrar y salir a placer de territorio bielorruso, dejar hacer a Lukashenko cuando le conviene y, sin duda, está detrás del actual chantaje migratorio, ya que pocas cosas se mueven en Minsk desde agosto de 2020 sin la anuencia de Moscú.
Sin embargo, es probable que en esta ocasión los dirigentes rusos hayan dado un paso más. Moscú estaría azuzando las complicadas relaciones del gobierno polaco con la Comisión Europea para provocar una situación de inestabilidad política que obligase a caer al gobierno encabezado por el nacionalista Morawiecki, que se opone con firmeza a los postulados ideológicos de las élites de Bruselas, impulsando indirectamente un cambio político en ese país. Sería una respuesta calculada a la crisis constitucional que se produjo en Ucrania entre finales de 2013 y principios de 2014. Las referencias de estos días, de uno y otro bando, a los acontecimientos del verano de 1939 que desencadenaron el inicio de la Segunda Guerra Mundial plantean un escenario fantástico con un final terrible, pero no descartable: la existencia, de nuevo, de una Polonia debilitada entre Alemania y Rusia. En el mismo, Ucrania dejaría de ser el principal problema de Occidente con Rusia, que habría recuperado el espacio de profundidad estratégica que necesita para garantizar su seguridad. Es, por tanto, el peor escenario que se puede imaginar y que excluye, por sí mismo, la existencia de un régimen europeo de seguridad.
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[1] Discurso pronunciado en Fulton, Estados Unidos, el 5 de marzo de 1946, disponible en https://www.criticalpast.com/video/65675072963_Iron-Curtain-speech_Winston-Churchill_Leader-of-Opposition_Westminster-College
[2] Para este período véase la reciente obra de Cimorra, B.: La caída del Imperio Soviético. Editorial Actas. Madrid, 2021.
[3] Para este período véase Stent, A.: Putin´s Worlds. Russia Against the West and with the Rest. Twelve. Nueva York, 2019.
[4] «Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos», sitio web oficial del Kremlin, 12 de junio de 2021, en http://kremlin.ru/events/president/news/66181
[5] Véase al respecto Pérez Gil, L.: «La Cumbre de Ginebra: la lucha por el poder y la paz», junio de 2021, en https://ullderechointernacional.blogspot.com/2021/06/la-cumbre-de-ginebra-la-lucha-por-el.html
[6] Morgenthau, H.: La lucha por el poder y por la paz. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1963 (trad. de Politics among Nations. The Struggle for Power and Peace. A. Knopf. Nueva York, 1960; 1ª ed., 1948).
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