ACADEMIA NACIONAL DE ESTUDIOS POLÍTICOS Y ESTRATÉGICOS

Mujer, feminismo y Relaciones Internacionales

Dra. Loreto Correa Vera¹

Investigadora CIEE-ANEPE

La vida política de la mujer en el mundo occidental es una que apenas se inicia desde el renacimiento y se destaca en el barroco, cuando el mundo europeo acepta que esta pueda tener pensamiento propio, sin poner en jaque ni su moral o su honra. Muchas de ellas siguieron vidas extraordinarias desde aquel entonces. Reinas, todas, existe un grupo fuera de la norma que ejemplificó desde su rol en el poder que se podía decir algo al mundo: Isabel La Católica, Isabel I y Catalina la Grande, fueron creadoras de imperios; vastos imperios que duraron siglos. Cierto, Roxolana, la favorita de Solimán, el Gran Turco; María de Medici, o Lucrecia Borgia, fueron exponentes de cómo el poder podía ser tan maligno, corrupto o infame en hombres como en mujeres.

En consecuencia, y aunque la regla sálica, aquella que impedía que las mujeres llegaran al poder ha sido la generalidad, las mujeres sí sabemos de poder y nos gusta. Sin embargo, y al igual que los hombres, muchas mujeres siguieron el destino de sus maridos. Así, María Antonieta decapitada, y Alexandra la mujer de Nicolás II, asesinadas por la ventura de su condición de consortes en los dos procesos revolucionarios más importantes del mundo occidental: la revolución francesa y la rusa, respectivamente.

En el siglo XIX, la Reina Victoria, matriarca europea por excelencia, fue sin duda la mujer más poderosa del mundo hasta ahora. Su par, Isabel II de España, apodada la de los tristes destinos, tuvo un destino desfavorable.

Pero es en el siglo XX, que otra Isabel, Isabel II, detenta el reinado más extenso en la historia del mundo.

Las dos guerras mundiales hicieron mucho más por la mujer que 6000 años de patriarcado, obligándola a salir de la casa. A partir de ello, lo cierto es que millones de mujeres hemos alcanzado educación, presencia y distinción en el mundo. Y esta vez, ni es por nuestros ascendientes, nuestro dinero, belleza o fama.   

Lo anterior motiva la primera reflexión: las mujeres no estamos solas, somos en parte lo que son nuestros contextos y parejas. Si hace algunos siglos, muchas, no podíamos escoger a quien iba a ser el padre de nuestros hijos, hoy eso, al menos en occidente, no es así.

La vida de las mujeres no está al margen de la del hombre. Toda la historia de la especie humana nos lo enrostra todos los días. Y no lo está, porque en nuestra naturaleza o en nuestro imaginario la unión con otro es fuente de dicha. Valga preguntarse si esto es válido para aquellas que se enamoran de otra mujer. En mi concepto, las mujeres en tanto individuos conscientes eligen. El sexo de la pareja no es la cuestión. La cuestión es elegir una pareja, hombre o mujer que realmente nos valore. Una relación en la que prime el conflicto, consumirá todas nuestras energías, las de ahora y las del futuro.

Por muchos años, y probablemente por la educación recibida, la llegada del príncipe azul, y nótese la naturaleza y el color, fue la gran aspiración. Por siglos, el matrimonio era la meta de todas las mujeres y la maternidad, la cristalización de la alegría de aquello. Cualquier otra alternativa era incierta. La vida de las mujeres en el siglo XXI no es así. Por ello es que, desde apenas 100 años, la vida nos es una totalmente distinta a la de aquellas que tuvieron que resignarse con su destino. Claro, esta vez con una gran desventaja: estamos a expensas de la sabiduría o torpeza de nuestras decisiones.

Ahora bien, ¿qué rol compete a las mujeres en los grandes temas del mundo? ¿Es el mismo que el de los hombres? No. ¿Uno distinto? Tal vez. Lo que sí está meridianamente claro es que las decisiones de las mujeres hoy se toman en un contexto expuesto y contradictorio. Y esto ocurre porque culturalmente creemos que las cosas han cambiado, cuando legalmente lo han hecho o porque existe un nuevo relato que pone a la mujer por delante del hombre o en una falsa lectura de derechos.

Es en este ambiente, que lamento informar que esa perspectiva no añade valor a la sociedad, sino conflicto. Y es en ese campo, que hay una segunda mala noticia, indesmentible: quienes más padecemos en los conflictos somos las mujeres y los niños.

Segunda reflexión: Esta radicalidad, en la que la mujer confunde los temas de derechos humanos con los de política de Estado son los que nos llevan al conflicto. Y es en este punto en el que la teoría feminista de las relaciones internacionales debe hacer un replanteo de sus principios.

Las cualidades y la política internacional feminista

Existen tres cualidades que acompañan a las mujeres que se dedican a las relaciones internacionales: son mujeres femeninas, amables y firmes en sus convicciones. ¿Solo eso se necesita? No, se trata de mujeres que sonríen, empáticas, muy preparadas en todos los niveles, equilibradas. Madres, la gran mayoría. Cierto, pero no es un tema excluyente. Hay numerosas embajadoras que no tienen hijos. Sin embargo, son mujeres que creen en la familia como construcción social. Hablemos de las madres, aquellas que asumen su doble rol y lo hacen con abuelas o redes de cuidado que les apoyan en un 100%. Si no, no es posible.

El desgaste de equilibrar la casa, los hijos, el marido/la esposa y pensar en el mundo no resulta si por desgracia se tiene parejas celosas, inseguras o agresivas.

En Chile, sin duda la primera mujer a destacar es Gabriela Mistral, respecto de quien hay que recordar que además de poetiza era diplomática. Mujer rural, una maestra. Pero sin duda, la más visible, posiblemente sea Michelle Bachelet, mujer preparada en la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos. Con todo, la apertura hacia estos nuevos roles de la mujer, cada vez más generalizados en Chile, fue hecha por el Presidente Ricardo Lagos, un economista doctorado en Duke. ¿Y por qué es necesario mencionarlo? Porque ahí tenemos el ejemplo de cómo son los hombres los que, con visión de Estado, permiten crecer. Eso es tan importante, que a veces se olvida o se pasa por alto. No hay que pasarlo por alto. La figura de la mujer es importante no solo por lo que hagamos las mujeres, sino por lo que hagan o dejen de hacer los varones.

Esta reflexión es la que está ausente de la teoría feminista de las relaciones internacionales. La del cambio cultural. Y si miran a las colegas y su producción activista o científica, no veo a ninguna sino teorizando sobre el deber ser a empellones con los varones. Así no funciona. Transformar nuestra política exterior o la internacional desde un cuadrilátero de boxeo por los cargos, solo por la paridad, de poco servirá si esas mujeres no se tatúan el interés superior nacional del país u organismo al que representan.  

Lo mismo ocurre si se confunde la política internacional feminista con una lucha sin tregua por los derechos reproductivos. ¿Convendrá asumir la bandera del aborto libre como un tema dentro del internacionalismo? Si lo es, ¿quién abogará con superioridad moral por los derechos de los niños? Confiemos este argumento y su debate al contexto de las políticas públicas y de los Estados en sus marcos societales. El mundo global, debe pensarse desde la integralidad.

Ahora bien, ¿qué dice el feminismo en materia internacional?

Las cancillerías en el mundo entero siguen siendo un espacio de poder masculinizado, dominado por discursos de “política de Estado” aparentemente intocables, en el que la integración de la perspectiva de género se ha enfrentado con resistencias legales, barreras administrativas y obstáculos culturales. Dicha resistencia institucional ha sido defendida bajo el argumento de que las agendas de política exterior son neutras en cuanto al género y que, complementariamente, la equidad e igualdad no constituyen objetivos de la “alta política” internacional.

También se afirma que una política exterior feminista para el nuevo ciclo de la política exterior o internacional debe incorporar a las mujeres de forma efectiva y creciente en los procesos de negociación, mediación y toma de decisiones en todos los niveles políticos (medios y altos, especialmente). Esto es muy cierto. Sin embargo, esto no puede hacerse si es que las mujeres enfocan su participación solo desde la agenda de género. La política internacional en los tiempos que corren, no se abarca solo con esa agenda como móvil de participación en materia internacional.

Al revisar la incorporación de la perspectiva de género en la política exterior y los cambios que ha adoptado a partir de las experiencias de países como Suecia, Canadá, Francia, Alemania, España y México, se observan cinco aprendizajes que posicionarían a la política exterior feminista como el camino adecuado. Al respecto se dice que:

  1. Primeramente, la política exterior, como uno de los ámbitos de actuación del Estado, no está desconectada de la política interna ni de las definiciones fundacionales de una sociedad. En consecuencia, las áreas de acción del Ministerio de Relaciones Exteriores –como el mantenimiento de la paz y la seguridad, la promoción y protección de los derechos humanos, la cooperación internacional y el desarrollo sostenible– están estrechamente vinculadas a la igualdad de género.

 

Sin embargo, lo que se omite dentro de este esquema, muy aparentemente pro Naciones Unidas, es que sigue existiendo la guerra, el terrorismo y el crimen organizado. La corriente feminista solo vislumbra temas tales como el cambio climático, la pobreza, la falta de oportunidades educativas, la inseguridad alimentaria, las constantes crisis y restricciones económicas, e incluso las futuras pandemias que enfrentaremos.

 

En ese marco, la discusión sobre el uso del poder –aquella que justamente condiciona todos los otros temas– queda al margen, y así, los temas duros de la política internacional, se los cedemos al debate masculino por opción propia.

 

  1. En segundo lugar, el feminismo en materia internacional espera en el nuevo ciclo que se abre con la pandemia, que se asigne un rol central a la promoción y protección de los derechos humanos en los objetivos de la diplomacia, contribuyendo a dotar así, de coherencia los compromisos internacionales vigentes del Estado con la comunidad internacional. Esto iría de la mano con una evaluación de los potenciales impactos de género que toda política, acción o acuerdo internacional puedan tener, con foco en la población estructuralmente más vulnerable.

 

Siendo muy meritorias estas tareas, el feminismo vuelve a evitar debatir sobre el control del poder y la estatalidad como mecanismos de generación de toda clase de déficits diplomáticos. Por ello, no es de extrañar que la agenda feminista mire de forma positiva en el contexto de la discusión del paradigma reflectivista, toda suerte de gobiernos de índole progresista, y, ¡ay de aquella que opine distinto!, se la cancela.

 

Estos gobiernos, sin duda manejan el tema de la mujer para posicionar postulados radicales y rupturistas, no solo con el capitalismo, el neoliberalismo, el patriarcalismo subyacente, sino también con la abierta posibilidad de anteponer la igualdad de todos, los derechos de todes, por encima de las libertades.

Este sesgo, se ha hecho creciente en países de América Latina, con riesgos cada vez mayores y proclives a la desestabilización de los regímenes institucionales, reitero, en pro de la defensa de intereses sociales de grupos excluidos, que, desgarrando las institucionalidades nacionales, manifiestan un mundo maniqueo y crítico.

  1. Un tercer aprendizaje crucial es el entendimiento una perspectiva interseccional. Esto significa que la política exterior feminista debería reflejar criterios correctivos y afirmativos de igualdad en todas las acciones emprendidas por los Ministerios de Relaciones Exteriores en el ámbito político –bilateral y multilateral–, en el económico, cultural, de cooperación, consular y en el de la diplomacia pública. Esto, desde luego, incluye a todas las agencias estatales que despliegan política exterior. Y este punto, “porque las mujeres” tendríamos –aparentemente de nuevo– miradas distintas sobre la realidad. Esto es la paridad al 100%, como si eso fuese a resolver los temas internacionales. Sin embargo, las cosas no son tan simples porque:

 

  1. En cuarto lugar, se plantea que una política exterior feminista debe ser capaz de saldar las deudas históricas que el servicio exterior arrastra con las mujeres diplomáticas, particularmente en términos de subrepresentación estructural. ¿Quién podría estar en desacuerdo con esto?

 

Cuando se observa que la incorporación de mujeres de parte de los Estados en el servicio exterior, abarca mujeres que no han recibido preparación formal en relaciones internacionales, historia de sus países y derecho internacional, entre otras materias, permítanme disentir de esta política de Estado. Porque tal y como no es prudente que una secretaria atienda médicamente a los pacientes en un hospital, tampoco resulta lógico introducir mujeres en el servicio exterior si no tienen competencias para ello o bien escalan por otras vías. No miremos a los países de la OCDE en esta materia, donde mayoritariamente, la presencia de las mujeres es concursada. Dediquemos un instante a mirar a las mujeres de los países de menor desarrollo relativo en el marco internacional.

En el contexto descrito, ¿qué preguntas nos podemos hacer en materia internacional en función de la mujer en Latinoamérica y el mundo occidental?

Sin temor a errar, el liderazgo feminista de las mujeres sigue siendo un feminismo de clase, uno que antagoniza con el varón, o uno que se pone detrás de este. Cuando una mujer avanza en serio, lo hace porque el equilibrio, el temple y el rigor, la acompañan. Este es el plano de igualdad al que se debería aspirar.

Por ello, estimamos que existen tres elementos a considerar:

  1. Primero, la validación del liderazgo femenino, que muchas veces es minimizado o poco reconocido. ¿Cómo? A través de la formación de equipos de trabajo sólidos.
  2. Segundo, la capacidad de dar continuidad, por si mismas o a través de alguien de su misma línea política a sus postulados. Jacinta Ardern fue reelegida y Merkel tiene clara posibilidad de que, al retirarse del poder, asuma alguien de su mismo partido. ¿Qué hacer? Escuela del ejercicio del poder.
  3. Y tercero, el reconocimiento a la capacidad de desarrollar un liderazgo más moderado, a fin de afrontar las crisis desde una perspectiva multidimensional. Cuando las mujeres se sientan en una silla a enfrentar solas a la humanidad el resultado es nefasto. ¿Cómo se hace esto? Manteniendo el ego y la clásica noción de víctima, a raya. Confundir la noción de dificultad –elemento objetivo–, con la de obstáculo –elemento subjetivo–, es un clásico funcional al feminismo radical. Nuevamente es un tema de carácter más que de oportunidades.

Esas destrezas al servicio de todos, sumadas al trabajo en equipo, el temple, la disciplina y el rigor derrumban siglos de opresión y machismo.

 

Lecturas recomendadas.

  • Lucero, M. R. (2020). El desarrollo de las perspectivas feministas en el estudio disciplinar de las Relaciones Internacionales en el mundo y en Argentina. Anuario Latinoamericano–Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales8, 37-48. Disponible en https://journals.umcs.pl/al/article/view/9123/7494
  • Busconi, A. (2018). Cuerpo y territorio: una aproximación al activismo ecofeminista en América Latina. Anuario en Relaciones Internacionales del IRI2018. Disponible en: http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/98870/Documento_completo.pdf?sequence=1
  • Muñoz, Carola y Sepúlveda Soto. “Nuevo ciclo político chileno requiere una política exterior feminista”. En El Mostrador. Disponible en: https://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:IK_ehLa-v7AJ:https://m.elmostrador.cl/braga/destacados-braga/2021/04/03/nuevo-ciclo-politico-chileno-requiere-una-politica-exterior-feminista/+&cd=5&hl=es&ct=clnk&gl=cl

 

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