Fulvio Queirolo P.*[1]
Profesor ANEPE
De forma reiterada, y a veces de manera pertinaz, refiriéndose al continente latinoamericano, encontramos artículos y afirmaciones que describen a la región como una “zona de paz”, conceptualización utilizada para aseverar que en esta región la posibilidad de conflicto sería prácticamente nula. A renglón seguido, los mismos articulistas argumentan que por defectos de la globalización, esta zona de paz estaría siendo afectada por fenómenos multidimensionales, los que permanecen en un estado de latencia o bien lejanos, condición que ameritaría ser abordados en dicha etapa e idealmente de manera multilateral para evitar su escalada y terminen convirtiéndose en amenazas para el Estado.
Podríamos coincidir en que esta noción, de corte “idealista”, debiese constituir una de las improntas a la que todo Estado debiese aspirar y, en lo particular, concordar con la reflexión que prescribe el Libro de la Defensa Nacional 2017 al señalar “el continente se ha ido dotando gradualmente de una arquitectura compleja y multinivel de regímenes de cooperación en las diversas áreas geográficas en materia de seguridad y defensa”[2], de esta forma se instala un escenario de seguridad regional que amerita un análisis más profundo para visualizar qué tan cercanos de la realidad nos encontramos.
Así las cosas, cuando de conflictos bélicos se trata, inmediatamente se aprecia, en los defensores de estos principios, una dificultad para abordarlos desde una perspectiva focalizada en el entorno geoestratégico latinoamericano, el cual presenta litigios no resueltos y de larga data, algunos de ellos en proceso de tribunales internacionales, junto con otros fenómenos sociales que tanto daño han generado, y últimamente han irrumpido lo que conocemos como nuevas amenazas, con características multidimensionales. Esta suerte de “negacionismo” navega por recónditos parajes académicos para argumentar que estos nuevos fenómenos sociales pueden ser observados en otros continentes, y muy lejos de la región, dificultando en consecuencia la discusión de fondo.
Para abrir este corto debate les invito a revisar la declaración conjunta de los delegados de Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia cuando desahuciaron, el año 2012, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), expresando: “Nuestros países han tomado la decisión de enterrar lo que merece ser enterrado, de tirar al tacho de la basura lo que ya no sirve”, abogando por la existencia de otras instancias multilaterales más modernas y alejadas de la guerra fría, enarbolando a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), como aquella organización destinada a liderar las grandes reformas, y siempre, orientadas por el desarrollo de la región, de los derechos humanos y propiciar la paz. Aquí aparece el primer dolor de cabeza para la subregión, ya que tendríamos que hablar más de fracasos que de éxitos en los propósitos de esta Alianza[3].
En la misma línea, encontramos otra estructura que contribuiría a solucionar los grandes problemas de seguridad regional. En esta dimensión, la Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR), erige como objetivo principal “construir un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus pueblos, otorgando prioridad al diálogo político, las políticas sociales, la educación, la energía, la infraestructura, el financiamiento y el medio ambiente, entre otros, con miras a eliminar la desigualdad socioeconómica, lograr la inclusión social y la participación ciudadana, fortalecer la democracia y reducir las asimetrías en el marco del fortalecimiento de la soberanía e independencia de los Estados”. Junto con ello, incorpora una cláusula democrática orientada a adoptar “medidas contra los Estados miembros cuyos procesos políticos no sean respetados”. Aquí un segundo malestar regional, ya que luego de una década de funcionamiento podemos comprobar el frustrante resultado de su gestión, ahondando aún más su condición en el instante que la mitad de sus integrantes (incluido Chile), ha congelado su participación y uno de ellos (Colombia) ha iniciado el proceso de retiro del mismo, por considerar que se ha perdido el norte.
Finalmente, se posesiona la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), organización que junto a las anteriores obedece al mandato de integración regional, constituyéndose como “el único interlocutor que puede promover y proyectar una voz concertada de América Latina y el Caribe en la discusión de los grandes temas globales, con el objetivo de buscar una mejor inserción y proyección de la región en el ámbito internacional”. Así formulado el bloque, se proclama con notables aportes a la paz y a la estabilidad de la región latinoamericana y caribeña, declarándola como “zona de paz”. Con todo, los datos recopilados por diferentes fuentes vaticinan una consigna diametralmente opuesta a la señalada por la CELAC.
Este “negacionismo” regional se ve reflejado en innumerables ocasiones que lamentablemente contrastan con la noción de paz expresada en ambientes políticos y estratégicos, circunstancia que finalmente repercute en el enfoque que se pretende otorgar al diseño de los medios que deberían asumir la responsabilidad de enfrentar este “aparente” nuevo escenario armónico, el cual se plasma en citas del LDN.2017, a saber:
En suma, estos abreviados patrones de negación invitan cada vez más a la necesidad de que el Estado disponga de instrumentos que permitan, con una mirada de largo plazo, explicitar los desafíos a la Seguridad y a la Defensa, con una clara visualización de los intereses nacionales, de los riesgos y amenazas de que puede ser objeto, evitando aferrarse a fórmulas exógenas que, por muy bien inspiradas que estén, se alejan de la realidad local y, quizás lo más relevante, desvían el foco sobre cuáles debiesen ser las capacidades estratégicas necesarias por alcanzar para hacerles frente, escenario que es hoy una necesidad irrefutable y que estas nociones no han visualizado.
* Profesor de Academia en la asignatura de “Historia y Estrategia Militar”; magíster en “Ciencia política, seguridad y defensa” de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos (ANEPE); magíster en “Ciencias Militares con mención en Planificación y Gestión Estratégica” (ACAGUE). En la actualidad dirige la oficina de estudios estratégicos de la ANEPE.
[2] LDN-2017. Pág. 87. Último acceso el 2 octubre 2018. Disponible en: http://www.defensa.cl/media/LibroDefensa.pdf
[3] LONDOÑO, Julio P. El fracaso de Venezuela y de la proliferación de organismos. Semana. Último acceso 2 de octubre 2018. Disponible en: https://www.semana.com/opinion/articulo/julio-londono-el-fracaso-venezolano-y-de-la-proliferacion-de-organismos/580660
[4] MUGGAH Robert and AGUIRRE Katherine Tobón. Citizen security in Latin America: Facts and Figures. April, 2018. Último acceso 2 de octubre 2018. Disponible en: https://reliefweb.int/sites/reliefweb.int/files/resources/Citizen-Security-in-Latin-America-Facts-and-Figures.pdf
[5] ACN. “Se desintegra Unasur por abandono de 6 países”. Último acceso 2 de octubre 2018. Disponible en: http://acn.com.ve/unasur-se-desintegra/
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